Nuestro personaje nació en Lima el 22 de mayo de 1744, siendo bautizado el 3 del siguiente mes en la catedral limeña como Juan Francisco, en recuerdo de su abuelo paterno Juan de la Bodega y Quadra, y de su abuela materna Francisca de Mollinedo de Losada. Su formación temprana debió ser en el seno familiar, siendo admitido en el Colegio Real de San Martín el 16 de marzo de 1761. Su estadía en dicho colegio fue breve, pues al parecer ya su padre había decidido que presentara sus papeles a la Real Compañía de Guardiamarinas de Cádiz. Habría sido por ello que ese mismo año presentó un informe sobre la naturaleza, legitimidad y otros, ante el escribano José de Agüero. Poco después viajó a España, quedando bajo la custodia de Juan Antonio de la Fuente, gozando de las rentas de dos capellanías otorgadas por el Monasterio de las Descalzas, impuestas en un solar grande en la calle de la penitenciaria que linda con la Buena Muerte.
Juan Francisco de la Bodega y Quadra fue admitido a la Real Compañía de Guardiamarinas de Cádiz el 21 de setiembre de 1762, siendo el segundo de los casi treinta jóvenes criollos peruanos que habrían de cursar estudios en ella hasta finales del periodo colonial. Los tres años que permaneció en la compañía fueron de intenso estudio bajo los mejores académicos de la armada española, entre ellos el propio Jorge Juan, instructor de algunas materias como navegación y maniobra; Santiago Zuloaga, autor de la famosa Cartilla Marítima; Francisco Javier Rovira, a cargo del curso de artillería; y Vicente Tofiño, profesor de astronomía. Los cursos dictados incluían matemáticas, física, artillería, arquitectura naval, maniobra y fortificaciones; y se practicaba, además, la esgrima, el dibujo, la danza y los idiomas francés e inglés.
La paz suscrita entre Gran Bretaña y España en febrero de 1763, luego de largas negociaciones en París, puso fin a una de las guerras que sostuvieron ambas naciones a raíz del pacto de familia. La pérdida de La Florida, la renuncia al derecho de pesca en Terranova y el pago de una crecida cifra, fueron las condiciones impuestas por Londres para retornar a España las cautivas plazas de Manila y La Habana. Penosa había resultado la campaña para la armada española, y al concluir la misma se veía bastante disminuida en el número de sus hombres. A consecuencia de todo esto existía una relativa calma sobre el mar, quebrada tan sólo por la informal y continuada campaña de defensa de las costas meridionales de la península contra naves piratas argelinas y marroquíes.
Para mayo de 1765, cuando Bodega y Quadra culminó sus estudios en Cádiz, fue destinado al navío Terrible, fuerte en setenta cañones, integrante de una fuerza naval destinada a combatir a los referidos piratas. Bajo el mando del capitán de navío Francisco Garganta, el Terrible llevó a cabo varias expediciones contra el corso argelino sobre el cabo San Vicente antes que Bodega fuera transbordado al Princesa, buque de igual clase, porte y artillería, que se encontraba al mando de Francisco M. Espinoza. En dicho navío efectúo una travesía a Nápoles y Palermo, retornando luego a Cartagena.
La expulsión de los jesuitas, llevada a cabo la noche del 31 de marzo 1767 en toda la Península, movilizó varias embarcaciones del comercio para trasladarlos a aguas italianas y proceder luego a desembarcarlos a orillas de Civitta-Vecchia. Una fragata de cada uno de los tres departamentos marítimos metropolitanos fue designada para custodiar a los transportes, y en tal virtud zarpó la Garzota, al mando de Francisco de Saravia y Abreu, con nuestro guardiamarina a bordo. Luego que los buques custodiados dejaron su carga humana en las costas de la citada ciudad italiana, la fragata se dirigió primero a Córcega y luego a Génova. Debió ser al final de esa travesía cuando
Bodega recibió el despacho de alférez de fragata, fechado el 12 de octubre de 1767.Ese mismo año se produjo un serio incidente entre británicos y españoles, a raíz del asentamiento de un grupo de los primeros en las islas Malvinas. El gobierno madrileño estaba indignado y dispuesto a emprender nuevas hostilidades contra los británicos, consultando con el gobierno francés para ver si podían actuar juntos, o al menos brindar apoyo al esfuerzo español, en el marco del pacto de familia. Si bien el gobierno de París alentó inicialmente a su par madrileño, fue cambiando de tono hasta arribar a una actitud en la que las notas enviadas a Madrid contenían sesudas llamadas a la cordura. Esto habría de tener algunas consecuencias poco agradables para España, la más graves las cuales consistió en la devolución de las islas e instalaciones a los ingleses, ya que habían sido recapturadas en junio de 1770 por una expedición de desalojo al mando del capitán de navío Juan Ignacio de Madariaga.
El conflicto había estado a un paso de estallar, y ambas naciones prepararon sus armadas para el combate y las ubicaron estratégicamente. Dentro de esto último, la española destinó algunos buques a las colonias americanas. Entre los enviados al Callao estaba el navío Septentrión, de sesenta y ocho cañones, y quinientos sesenta tripulantes, que por real orden de 21 de octubre de 1768 zarpó de España en demanda de aquel puerto. En esa nave, al mando del capitán de navío Antonio de Arce, servía el alférez de fragata Bodega y Quadra.
El viaje se llevó a cabo pasando por Buenos Aires, el Estrecho y Concepción, y al parecer se efectúo en conserva con el navío Astuto, que había zarpado en igual fecha y con el mismo destino. Ambos buques arribaron a Buenos Aires debido a mal tiempo, pasando a Montevideo el 26 de julio de 1769 y de este puerto para Chile el 16 de diciembre, a donde arribaron el 28 de marzo siguiente. Finalmente, el 28 de julio de 1770, el convoy tomó fondo en la bahía chalaca.
Hacia finales de 1771, desvanecida la posibilidad de un conflicto con Inglaterra, el Ministerio de Marina español dispuso el retorno de las naves estacionadas en el Callao, debiendo zarpar en diciembre de ese año los navíos Astuto, San Lorenzo y Septentrión, y la fragata La Liebre. La división así constituida iría al mando de José Somaglia, y en sus bodegas se embarcaron unos ocho millones de pesos en oro y plata para la corona, así como el dinero suficiente para pagar a las tripulaciones los meses de noviembre y diciembre, una vez arribados a España. Todo estaba listo para el zarpe los primeros días de enero de 1772; sin embargo, al momento de ajustar salarios a la tripulación, la del Septentrión y la del Astuto se declararon disconformes y asumieron una actitud de franca rebeldía al rechazar el dinero que los contadores ofrecían. Conocedor de esta situación, Somaglia, que al parecer tenía izada su insignia a bordo del San Lorenzo, dictó bando en el que declaraba, por expresa orden del virrey Amat, fechada 8 de enero, la pena capital para quien no depusiera esa actitud. El efecto fue inmediato y ambas tripulaciones aceptaron cobrar sus haberes; sin embargo, los ánimos no andaban del todo calmos y así lo hicieron saber los oficiales, señalando que algún desorden podía producirse en la larga navegación que les esperaba, más aún teniendo en cuenta la valiosa carga transportada, si no se aplicaba una severa sanción a los cabecillas de la ya concluida rebelión.
La reacción guardó directa proporción al peligro denunciado, y el 11 de enero de 1772 el propio virrey Amat dispuso la formación de causa a los diez más revoltosos, pasándolos presos a tierra, y el trasbordo de algunos tripulantes de los demás buques al Septentrión, donde más había calado la indisciplina. A pesar de estas medidas, los oficiales de este navío y del Astuto Amat y Juniet fue informado de esta petición por el teniente de navío Cayetano Langara,, reunidos por Somaglia, insistieron en solicitar sanciones ejemplares para los revoltosos. El virrey Manuel del Septentrión, y tomando debida nota de lo particular de la situación pasó a los castillos del Callao, donde izó bandera de justicia, siendo saludado por siete cañonazos. De inmediato se constituyó a bordo del Septentrión y dispuso se diezme a los tripulantes comprometidos, resultando de ello veintisiete diezmados. Sometidos a sorteo, veinte fueron condenados a sufrir la pena del cañón —consistente en azotarlos amarrados a una pieza de artillería— y luego a pasar a los Castillos del Callao donde cumplirían servicio de arsenal. Los siete restantes fueron condenados a la pena capital, sufriendo por ello el inmediato fusilamiento. Pasó luego el Virrey a bordo del Astuto pasaron al presidio porteño. A estos nueve ajusticiados se sumaron otros dos, cuyos, donde dos marineros fueron condenados a muerte, luego de la diezma y el sorteo, y catorce cuerpos pendían en la verga del palo trinquete del navío El Peruano. Ambos pertenecían a la dotación del Septentrión, y habían sido detenidos con ocasión de la orden del 11 de enero.
Los demás buques de la flotilla, el San Lorenzo y La Liebre, también recibieron la visita de la justicia real, pero no hubo causas a castigar en ellos. Ya sosegados los ánimos, los buques zarparon el 18 enero con rumbo a Cádiz a donde arribaron el 18 de julio de ese mismo año. La experiencia de aquel conato de amotinamiento, rápido y drásticamente controlado, habría de ser muy útil para Bodega y Quadra, quien años más tarde también tendría que lidiar con tripulaciones levantiscas en circunstancias adversas.
Su estancia en Lima había sido aprovechada para arreglar algunos asuntos familiares, entre ellos otorgó un poder amplio y general a su padre, el 9 de enero de 1772, recibiendo un adelanto de herencia en la misma fecha ascendente a ocho mil pesos de principal, “en moneda doble de cordoncillo, que con 200 pesos que le entregó en doblones y otros suman 8,557 pesos 6 reales”. A cuenta y riesgo de Juan Francisco, tres mil pesos fueron embarcados en el San Lorenzo y cinco mil en el Septentrión.
El 11 de enero de 1773 Juan Francisco de la Bodega y Quadra fue ascendido a alférez de navío, cuando aún se hallaba a bordo del Septentrión. A órdenes del capitán de fragata Manuel Bravo, comandante interino, pasó con dicha nave al departamento marítimo de Cartagena. El 28 de abril de 1774, en vísperas de embarcarse con rumbo a Nueva España, Bodega y Quadra fue ascendido a teniente de navío. Junto con otros oficiales retornaba a América para constituir la dotación del apostadero de San Blas y llevar a cabo el último proceso de expansión española en el Nuevo Mundo.
Contraparte fue el capitán de fragata George Vancouver, cuyo nombre uniría al suyo. En los años siguientes participó en dos importantes expediciones a la costa del noroeste americano, hasta Alaska, levantando valiosa información cartográfica y etnográfica de esas costas y de los pueblos que las habitaban. Entre ambos viajes fue enviado al Perú para comprar una fragata en la que llevó a cabo el segundo de ellos, y algún tiempo después de concluido dicho viaje volvió a España a continuar con su servicio. Retornó a San Blas como capitán de navío y jefe de dicho apostadero, siendo nombrado jefe de la expedición de límites que, además de llevar a cabo una importante labor científica en la costa noroeste americana, debía ejecutar los acuerdos alcanzados con Gran Bretaña luego de un serio incidente ocurrido en la ensenada de Nutka. Su contraparte fue el capitán de fragata George Vancouver, cuyo nombre uniría al suyo para bautizar la isla que hoy se conoce sólo con el nombre del británico. Poco después, el 19 de agosto de 1794, Juan Francisco de la Bodega y Quadra falleció en la ciudad de México.
Fuente:
Ortiz Sotelo, Jorge (2006). “Juan Francisco de la Bodega y Quadra, los años iniciales”, en Derroteros de la Mar del Sur, núm. 14, Thalassa - Asociación de Historia Marítima y Naval Iberoamericana, Perú, págs. 135-146.
Elaboró:
Denise Salazar García
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